Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

lunes, 19 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XXII


A los buenos pastores corresponde enseñar y, por amor de la justicia, no huir  de la persecución


Bienaventurados, dice, los pacíficos porque ellos serán llamados Hijos de Dios. Considera con cuidado que no se recomiendan aquí los que hablan de la paz sino los pacíficos. Porque hay algunos que dicen y no hacen. Así como los que ponen en práctica la palabra, y no sólo la oyen son justos, los  verdaderamente pacíficos son bienaventurados. Pero ojalá que nuestros fariseos, si hay alguno en este tiempo, aunque no hagan nada útil, digan al menos lo que conviene. Ojalá que los que no quieren predicar, de verdad, el evangelio, lo hicieran aunque fuera para comer. El mercenario, cuando viene el lobo huye. Ojalá que todos los que hoy se dicen pastores se mostraran como mercenarios y no como lobos. Ojalá que no huyesen y no abandonasen a su rebaño. Ojalá  trabajasen, al menos, a cambio de un salario, con tal de que no abandonaran a su ganado y lo apartasen de los pastos de la justicia y de la verdad. La persecución hace diferenciar a los pastores de los mercenarios. ¿Cuándo dejará de temer los daños transitorios el que busca los temporales lucros? ¿Cuándo sufrirá persecución el que ama antes el salario terreno que la justicia? Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. De los pastores es esta bienaventuranza, no de los mercenarios, mucho menos de los ladrones o de los lobos que tan lejos están de la justicia, que más quieren persecución que sostener la justicia. Ella es contraria a sus obras y sólo oír de ella les es insoportable.
 Más, por la avaricia, por la ambición, les verás exponerse a todos los peligros, suscitar los escándalos, mantener los odios, disimular las afrentas, no hacer caso de las maldiciones, de suerte que no es menos peligroso la animosidad de éstos que la cobardía de los que son mercenarios. A los verdaderos pastores, les dice su pastor, el pastor bueno, que no se detuvo en exponer su vida por sus ovejas: bienaventurados seréis cuando os aborrezcan los hombres y cuando os separen y desechen vuestro nombre, como si fuera malo, por causa del hijo del hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos porque vuestra recompensa es muy grande en los cielos. No hay por qué temer a los ladrones cuando atesoramos para nosotros en el cielo. No hay por qué quejarnos de las tribulaciones, cuando esperamos las recompensas. Debemos alegrarnos de nuestros padecimientos en Cristo, para que así aumenten las recompensas. Ninguna adversidad nos dañará si no nos dominare alguna iniquidad. Incluso nos aprovechará si su fin es la justicia en Cristo, la causa. Ante sus ojos la paciencia de los pobres no se perderá para siempre. A él será la gloria ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.



SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XXI



Exhorta seriamente a la penitencia


Compadeceos, os ruego, hermanos míos, de vuestras almas. Compadeceos de la sangre que se derramó por vosotros. Precaved el horrendo peligro, evitad con tiempo el fuego que está preparado. Hállese, al fin, en vosotros una profesión sincera de la perfección. Muéstrese también la virtud en el exterior de la piedad. No esté vana y vacía la vida célibe. Peligrará la castidad en las delicias, la humildad en las riquezas, la piedad en los negocios, la verdad en la mucha conversación, la caridad en este siglo malo. Huid de Babilonia. Huid y salvad vuestras almas. Volad a las ciudades de refugio en donde podréis hacer penitencia de lo pasado, alcanzar la gracia para lo presente  y aguardar con confianza para la gloria futura. No os detenga la memoria de vuestros pecados porque donde abundaron ellos, acostumbró la gracia a sobreabundar también. No os aterre la misma austeridad de la penitencia pues no tienen proporción los trabajos del tiempo presente con las culpas pasadas que se perdonan por el consuelo que, al presente, envía Dios. No la tiene con las futuras glorias, que se nos promete. En fin, no hay amargura tan grande que no la endulce la harina profética, que no la haga sabrosa la sabiduría, el leño de la vida. 
 Si no creéis en las palabras, creed en las obras, asentid al ejemplo de muchísimos. Corren de todas partes pecadores a la penitencia y siendo por su naturaleza igualmente que por la costumbre, delicados, enteramente no hacen caso de la aspereza exterior para que se suavicen sus exasperadas conciencias. Nada hay imposible para los que creen, nada difícil para los que aman, nada áspero para los mansos, nada arduo para los humildes a los cuales les ofrece el auxilio la gracia. Suaviza el imperio del superior la buena voluntad de obedecer. ¿Hasta cuándo andaréis en cosas grandes y maravillosas sobre vosotros? Cosa grande y admirable enteramente es ser ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios. Está muy apartado sobre vosotros el orden de los pacíficos, sino que acaso, omitidos los grados que os han mostrado, os agrade más saltar que subir. Más ojalá que al que así entra, si pudiera ser, administrara tan fácilmente como confiadamente se introduce. Pero es difícil, y acaso es también imposible, que de la amarga raíz de la ambición, salga el suave fruto de la caridad. Yo os digo, si lo queréis oír, y antes lo dice el Señor: cuando fueres convidado a algunas bodas, siéntate en el último lugar porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado. 

domingo, 18 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XX


Reprender a los incontinentes, que no recelan profanar sin pudor los órdenes sagrados.


No acusamos al común, pero ni al común podemos excuzar. Dejó el Señor para sí muchos millares. De otra suerte, si la justicia de ellos no nos excusara, y no nos hubiera dejado el Señor de los ejércitos aquella simiente santa, ya en otro tiempo hubiéramos sido arruinados como Sodoma y, al modo que Gomorra, hubiéramos perecido. Se mira, sin duda, dilatada la Iglesia; igualmente el mismo sacratisimo Orden del Clero; el números de los hermanos (a) se ha multiplicado sobre número. Pero aunque multiplicasteis, Señor, la gene, no habéis engrandecido la alegría cuando se ve que no menos falta de mérito es paralelo al aumento de número. Se corre frecuentemente la los sagrados órdenes y a unos ministerios respetables, aún a los mismos espíritus angélicos, los toman unos hombres sin reverencia ni consideración. Pues, ni temen apoderarse de la insignia del reino o llevar la corona, unos hombres, de aquel imperio. En ellos reina la avaricia, impera la ambición, domina la soberbia. Aún la iniquidad y la lujuria tienen allí su principado. En quienes quizá, igualmente, aparecerá entre las paredes la pésima abominación si según la profecía de Ezequiel, cabaremos la pared para ver esta cosa horrenda en la casa de Dios. Porque, después de las fornicaciones, después de los adulterios, después de los incestos, ni aún faltan en algunos las mismas pasiones de ignominia y obras de torpeza. ¡Ojalá que no se hiciesen cosas en tanto grado indignas del hombre, para que ni fuera necesario que el Apóstol, escribiese estas cosas, ni que nosotros las dijésemos.! ¡Ojalá que, ni diciéndolo, se creyese, que tan abominable pasión, llegase a ocupar alguna vez el corazón humano!
 ¿Por ventura aquellas ciudades, madres de esta asquerosidad, no fueron en otro tiempo, anticipadamente, condenadas por el juicio divino y destruidas con el incendio? ¿Por ventura la llama infernal no sufriendo detención, no se adelantó a quitar de sobre la tierra aquella nación execrable, porque sus pecados, con especialidad, eran manifiestos antes del juicio? ¿Por ventura a la misma tierra, como sabedora de tan grande confusión, no la consumió el fuego, el azufre y el huracán tempestuoso? ¿Por ventura todo su suelo no fue reducido a un horrible lago? Se cortaron a la hidra cinco cabezas, pero ¡hay! se levantaron otras muchas. ¿Quién fue el que reedificó las ciudades de la infamia? ¿Quien dilató las almenas de la torpeza? ¿Quien extendió los vástagos venenosos? ¡Hay, hay...! El enemigo de los hombres derramó por todas partes las infelices reliquias de aquel incendio. Roció, con aquella execrable ceniza, el cuerpo de la Iglesia, y aún en alguno de sus mismos ministros esparció algo de aquella fetidísima y asquerosísima materia. ¡Hay.....! linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que Dios adquirió ¿quién podría creer en aquellos tan divinos principios tuyos y naciendo de la religión cristiana, tan lleno de espirituales gracias, que pudieran algún día, hallarse en ti tales cosas?.
Con esta mancha entran en el tabernáculo de Dios viviente; con esta mancha habitan en el templo, manchando el lugar santo del Señor, para recibir un juicio de muchas maneras, porque no sólo llevan unas conciencias cargadas de pecados, sino que en esta disposición se meten en el santuario de Dios. Tales hombres, lejos de aplacar a Dios, le irritan más; cuando parece que están diciendo en su corazón: no buscará la venganza. Le irritan, ciertamente, y le hacen contrario a sí mismos. Yo temo, aún en las mismas cosas en que debieron hacerle propicio. Ojalá que, más bien, antes de comenzar la torre, se sentasen a echar la cuenta sobre sí podrían acabarla. Ojalá que los que no pueden contenerse recelasen profesar la perfección o alistarse en el celibato. Porque es una torre suntuosa y una palabra grande que no todos podemos entender. Sería sin duda mejor casarse que abrasarse y salvarse en el humilde grado del pueblo fiel, que vivir peor y ser juzgado con mayor severidad en la sublimidad del clero. Muchos pues, no ciertamente todos, pero muchos sin duda, ni pueden ocultarse por ser tantos ni por el descaro lo solicitan: muchos fijamente parece que la misma libertad a la que fueron llamados, la han hecho ocasión para los deleites carnales, absteniéndose del remedio del matrimonio y derramándose después en todo crimen.

jueves, 15 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XIX


Reprende gravemente a los ambiciosos, que temeraria e indignamente usurpan las unciones sagradas de la Iglesia.

Amados hijos, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que ha de venir? Pues ninguno merece más la ira, que un enemigo que se finge amigo. ¿Judas, tu entregas con un beso al hijo del hombre, tu un hombre que vivía en un mismo espíritu conmigo, que comías conmigo a una mesa los dulces manjares, que metías la mano conmigo la mano en el mismo plato? No tienes parte en la oración, en que ora el Padre, y le dice: Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen, ¡Ay de vosotros que quitáis la llave, no sólo de la ciencia, sino de la autoridad! Ni entráis vosotros mismos, y de muchos modos impedís, que entren los que vosotros debíais introducir. Quitáis pues, y no recibís las llaves. De quienes se queja por el Profeta Dios: ellos reinaron y no por mi, príncipes fueron, y yo les llamé. ¿De dónde tanta ardor por la prelacía, de dónde tanta impudencia de la ambición, de dónde tanta locura de la presunción humana? ¿Se atreve por ventura alguno de vosotros, no mandándolo, o prohibiéndolo también cualquiera príncipe de la tierra, a ocupar sus ministerios, a arrebatar sus beneficios, a gobernar sus negocios? Ni pienses tu que Dios aprueba, lo que en su gran casa tolera de unos vasos de cólera preparados para la perdición. Muchos son los que vienen ciertamente, pero tu considera quién es llamado? Escucha y atiende el orden mismo de las palabras del Señor. Bienaventurados, dice, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; y después. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Limpios de corazón, sin duda, llama el Padre celestial a los que no buscan sus provechos, sino los de Jusucristo, ni lo que a ellos les interesa, sino lo que es útil para los demás. Pedro, dice, ¿me amas? Señor, vos sabéis que yo os amo. Apacienta, dice, mis ovejas. Porque ¿cuándo ovejas tan amadas las encomendaría a quien no amara? Sin duda, lo que se desea entre los dispensadores es, que sean hallados fieles. ¡Ay de los infieles ministros, que no estando ellos mismos reconciliados, ponen las manos en los negocios de la reconciliación ajena, como si fueran hombres que han obrado la justicia! ¡Ay de los hijos de ira, que no recelan usurparse los grados y el nombre de los pacíficos! Ay de los hijos de ira que se mienten ellos mismos mediadores fieles de la paz, para comer los pecados del pueblo! ¡Ay de los que conduciéndose según los deseos de la carne, no pueden agradar a Dios, y presumen de quererle aplacar!
 No extrañamos, hermanos míos, cuantos nos compadecemos del presente estado de la Iglesia, no extrañamos que de la raza de la serpiente nazca un áspid. No extrañamos, que vendimie la viña del Señor, el que traspasa el camino instituido por el Señor. Porque, sin pudor ocupa el grado del pacífico, y las veces de hijo de Dios el hombre, que ni aun la primera voz del Señor que le llama al corazón, escuchó todavía, o si alguna vez quizá comenzó a escucharla, huyó retirándose de ella entre las hojas, para esconderse allí. Por eso todavía no cesó de pecar, sino que lleva arrastrando aún ahora una larga soga: no se ha hecho todavía varón que está viendo su pobreza sino que dice: rico soy y no necesito de nadie, siendo pobre, desnudo y mísero, nada le toca del espíritu de mansedumbre con que pueda instruir a los que cayeron por flaqueza en algún delito, considerándose a sí mismo y temiendo que él sea también tentado. No sabiendo él de las lágrimas de la compunción, antes se alegra habiendo obrado mal y se alaba con las cosas pésimas. Sin duda, él es uno de aquellos a quienes dice el Señor: Ay de vosotros que os reís ahora, porque otro tiempo habéis de llorar. El dinero, no la justicia, es lo que codicia; sus ojos están mirando todo lo sublime. Hambre insaciable tiene de las dignidades, y sed de la humana gloria. Lejos de él están las entrañas de piedad; más bien se complace en ser cruel y en hacer oficio de tirano: la ganancia reputa por piedad. ¿Qué diré de la limpieza del corazón? ¡Ojalá que ya no le hubiera entregado al olvido como quien está muerto en el corazón! Ojalá no fuera una paloma seducida que no tiene corazón! Ojalá que, a lo menos, lo de afuera estuviera limpio, ni se hallara manchada la túnica que cubre el cuerpo, para que siquiera en esta parte obedeciese a quien dice: Limpiaos los que lleváis los vasos del Señor.

domingo, 11 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XVIII


Que justamente los pacíficos son engrandecidos con el nombre de Dios

Entonces oportunamente se añade luego esto: bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Hay entre los hombres quien es pacato, el cual volviendo bienes por bienes a ninguno quiere dañar, en cuanto está de su parte. Otro hay paciente, que no volviendo males por males, aún tiene valor para sufrir al que le hace daño. Hay otro que es pacífico, el cual volviendo bienes por males, está dispuesto también a favorecer al que le daña. El primero ciertamente es párvulo, y fácilmente se escandaliza. Este hombre no podrá alcanzar la salud fácilmente en este mundo malo y lleno de escándalos. El segundo, como está escrito, en su paciencia posee su alma. El tercero, en verdad, no sólo posee la suya, sino que gana las almas de muchos. El primero, en cuanto toca a él, tiene paz. El segundo retiene la paz. El tercero hace la paz. Con razón por tanto es glorificado con el nombre de hijo, pues cumple la obra de hijo, muy distante de mostrarse ingrato después de su reconciliación, reconciliando también a otros con su Padre. Pues quien bien administrare, buen grado adquiere. No podemos creer, que en la casa de un padre, haya grado mejor que el de hijo. Si son hijos también son herederos. Herederos de Dios y coherederos de Cristo, para que así, como dice él mismo, donde él está, está su ministro también. Os hemos futigado con un sermón prolijo, y os hemos detenido más de lo que debíamos. Ahora ya parece, que a nuestra locuacidad, ya que el empacho no la intima al fin, por lo menos se le intima la hora. Sin embargo, acordaos del Apóstol, de quien leéis que alguna vez alargó el sermón hasta la media noche. Ojalá que todavía, para usar de sus mismas palabras, queráis soportar un poco mi imprudencia. Porque os tengo un amor de celo y de un celo de Dios.

sábado, 10 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XVII



Que los ojos del corazón se han de limpiar incesantemente, para que se pueda ver a Dios


Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Grande promesa, hermanos míos, y digna de aspirar a ella con todos nuestros deseos. Porque esta vista es una conformación con Dios, como dice el apóstol San Juan: ahora somos hijos de Dios, mas lo que algún día seremos, todavía no aparece. Sabemos que, cuando él aparezca seremos semejantes a él, porque lo veremos como es en sí. Esta vista es la vida eterna, como lo dice la Verdad misma en el Evangelio: la vida eterna consiste en que ellos te conozcan por el verdadero Dios y a Jesús, Cristo, a quien enviaste. Mancha aborrecible la que nos quita esta vista bienaventurada y execrable negligencia, con la que disimilamos ahora la purificación de aquel ojo. Porque, así como la vista corpórea se impide o con el humor interno o con el polvo exterior que se echa en ella, así la vista espiritual unas veces se turba con los deleites del propio cuerpo, otras con la curiosidad mundana y la ambición. Lo cual, ciertamente, nos lo enseña la experiencia propia, que la escritura divina, en donde se lee escrito: el cuerpo que se corrompe, oprime el alma y la habitación terrena abate al sentido que piensa muchas cosas. Sin embargo, en lo uno y en lo otro, lo que embota y confunde la vista, es sólo el pecado: ni otra cosa alguna hay que separe entre el ojo y la luz, entre Dios y el hombre. Porque, mientras vivimos en este cuerpo, estamos alejados del Señor. No es la culpa, ciertamente, del cuerpo, de este cuerpo debemos saber, que es mortal y que lo llevamos con nosotros. La carne causa que sea objeto de pecado, en la cual no se haya lo bueno sino antes la ley del pecado. Con todo eso, algunas veces el ojo corporal, aún no teniendo ya la paja, todavía por algún tiempo está oscurecido. Esto se experimenta más veces en el ojo interior, que se emplea en las cosas espirituales pues, ni cuando hubiere sacado el acero, habrá sanado la herida, sino que entonces, principalmente, es necesario aplicar fomentos y trabajar en la curación. Ninguno, pues, que arroje fuera la sentina, se juzgue limpio al instante: antes bien sepa que entonces necesita de muchas purificaciones. Ni solamente debe lavarse con agua, sino purgarse y purificarse con fuego, para que diga: pasamos por el fuego y el agua y nos sacasteis al refrigerio. Bienaventurados, pues, los limpios de corazón porque ellos verán a Dios: ahora, ciertamente, por el espejo. En el futuro cara a cara, cuando nuestra limpieza fuere consumada para presentarla al Señor asimismo gloriosa, sin tener ya mancha ni arruga.

viernes, 9 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XVI


Que se alcanza la divina misericordia apiadándose de sí mismo primero; después del prójimo

Mas ya, suplicando el hombre por el perdón oportunamente se le responde: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Tu pues que deseas que Dios tenga misericordia de ti, ten misericordia de tu alma. Lava todas las noches tu lecho, acuérdate de regar tu cama con tus lágrimas. Si te compadeces de ti mismo, si trabajas en los gemidos de la penitencia (este es el grado primero de la misericordia) conseguirás misericordia ciertamente. Y, si quizá son grandes y muchos tus picados, y buscas una grande misericordia y una muchedumbre de piedades, trabaja tu también en engrandecer y multiplicar tu misericordia, reconciliarte contigo mismo, puesto que a ti mismo te servías de peso, por haberte puesto contrario a Dios. Desde ahora, restablecida la paz en la casa propia, es preciso que ella misma primero se extienda sobre el prójimo, para que por último te bese él también con el beso de su boca, y al modo que está escrito, reconciliado tengas paz con Dios. Perdona a los que te hubieren ofendido y te perdonarán aquí lo que has pecado, cuando con una conciencia segura orares al Padre y dijeres: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si acaso has defraudado a alguno, devuélvele, a lo menos, otro tanto: da lo que te sobra a los pobres y, haciendo misericordia, conseguirás misericordia. Cuando tus pecados fueran como la escarlata, se volverán blancos como la nieve y cuando fueren encarnados como la púrpura, se harán blancos como la lana. Para que no seas confundido con todas las obras malas, con que habías violado la ley de Dios, en las cuales te avergüenzas ahora, haz limosna. Si no pudieras de los haberes terrenos, de una buena voluntad y todas las cosas serán limpias; no sólo la razón será iluminada, y la voluntad corregida, sino que la memoria misma también será limpia a fin de que ya desde ahora seas llamado al Señor y escuches la voz que dice: bienaventurados los limpios de corazón.

martes, 6 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XV


Pero ya, mudada la voluntad, reducido el cuerpo a la servidumbre, y como secada ya de algún modo la fuente, y cerrados los agujeros, aún resta lo tercero, y eso mismo es cosa gravísima, que es purgar la memoria y agotar la sentina. ¿Cómo pues, de mi memoria podrá apartarse mi vida? Un pergamino de poco valor y delgado embebe tal vez del todo la tinta; ¿podrá el arte después borrarla? Porque no sólo le tiñó por la superficie; sino que  lo mojó enteramente. En vano intentaría raerla; antes se rasgará el pergamino, que se borren los caracteres penetrados en él. Acaso a la memoria pudiera borrar el olvido, si embargada la razón no me acordaré de lo que he cometido. Mas, que permanezca íntegra y sana la memoria, y que se borren las manchas de ella, ¿qué rebaja  podrá hacer? Sólo sin duda la palabra viva y eficaz, y mas penetrante que todas las espadas de dos filos. Se perdonan tus pecados, murmure el farisea y diga: ¿Quién puede perdonar los pecados, sino Dios solo? Pues para mi quien dice esto es Dios, y ningún otro subsistirá delante de él, si se quisiere comparar con lo que es él, el cual halló todos los caminos de la verdadera ciencia, y se la dio a Jacob, su siervo, y a Israel. Después de esto fue visto en la tierra, y conversó con los hombres. La indulgencia de éste borra el pecado, no haciendo que falte de la memoria, sino haciendo que lo que antes solía estar en la memoria lo esté  de tal suerte  que en ninguna manera la deslustre. Pues aun ahora nos acordamos de muchos pecados, que nosotros u otros han cometido, pero los propios ciertamente nos manchan, los ajenos en nada nos perjudican. ¿En qué está esto, sino en que de los propios nos avergonzamos nosotros solos?  Quizá la condenación quita el temor, quita la confusión; las cuales cosas sin duda se quitan todas por una plena remisión y no sólo no estorbarán, sino que cooperarán a su bien, para que rindas devotas gracias a quien los perdonó. 

sábado, 3 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍULO XIV


Que en las cosas terrenas no hay saciedad alguna que no esté junta con el fastidio: pero que los deseos de lo celestial crecen siempre con la experiencia y ejercicio de la virtud


 En la puerta pues de este paraíso se escucha la voz del divino susurro, el sacratísimo y secretísimo consejo, que escondido de los sabios y prudentes, se revela a los pequeñuelos. de cuya voz, a la verdad, no solo ya penetra el sentido la razón, sino que con mucho agrado se le comunica a la voluntad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos. Consejo altísimo ciertamente, y misterio inestimable. Palabra fiel y digna de todo aprecio, que nos viene del cielo, desde las reales sillas. Pues sobrevino una hambre muy grande en la tierra y todos nosotros no sólo comenzamos a tener necesidad, sino que nos vimos reducidos a la última miseria. En fin, fuimos comparados a las bestias irracionales y nos hicimos semejantes a ellas: aún deseamos con un hambre insaciable la despreciable comida de los puercos. El que ama el dinero, no se sacia: el que ama la lujuria, no se sacia. El que que busca gloria, no se sacia finalmente, el que ama al mundo, no se sacia nunca. Conozco yo hombres saciados de este mundo y que toda memoria suya les provoca náuseas. Los conozco saciados del dinero y saciados de los honores, saciados de los deleites y curiosidades de este mundo, y no medianamente sino hasta sentir r fastidio. Y es fácil a cada uno de nosotros alcanzar  por la gracia de Dios esta saciedad, porque no la produce la abundancia de las cosas sino el desprecio. Así, nosotros, hijos de Adán, comiendo con voracidad el vil manjar de los puercos, no de las almas hambrientas. Sólo con este manjar se nutre vuestra miseria con un alimento que no es natural. Y lo diré más claramente con un ejemplo, tomándole de una de las muchas cosas que la vanidad humana codicia. Primero se saciarán los cuerpos con el aire, que los corazones humanos con el oro. Ni se enoje el avaro. La misma sentencia comprende a los ambiciosos y lujuriosos. También a los facinerosos. Si acaso alguno no me cree, crea a la experiencia propia o de muchos.
 ¿Quién hay entre vosotros, hermanos míos, que desee ser saciado y anhele a que se llene su deseo? Comience a tener hambre de de la justicia y no podrá menos de ser saciado. Desee aquellos panes, que abundan en casa del padre y hallará que, al punto, tiene fastidio de las algarrobas de los puercos. Procure experimentar, aunque sea en poco, el gusto de la justicia, para que con esto solo desee más y merezca más. Según lo que está escrito El que me come tendrá hambre y el que me bebe tendrá, todavía sed. Porque este deseo, como más conforme y connatural al espíritu, ocupa el ánimo más valerosamente y desecha a los demás deseos. Bienaventurados, pues, los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. No ciertamente de la misma, de la cual no será saciada el hambre, sino de todas las demás cosas que insaciablemente codiciaba: de modo que desde ahora, desistiendo de usurpar el dominio del cuerpo para servir a las antiguas concupiscencias, se le ofrecerá enteramente a la razón, o más bien le impelerá ella misma a que sirva a la justicia para la santificación, con no menos celo, que le haya ofrecido primero, para servir a la injusticia y cometer la maldad.