Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

sábado, 18 de enero de 2014

CARTA SÉPTIMA DE SAN BERNARDO


A Adán Monge, arriba nombrado, en la cual le amonesta el santo, que muerto el abad se vuelva; y que no le debió obedecer


Si permanecieras en Caridad, en la cual antiguamente conocimos, o por lo menos lo pensábamos verdaderamente de la caridad, sintieras los daños que son escándalos para los pequeñuelos. Porque ni la caridad a la caridad ofendiera, y cuando sintiera la ofensa la despreciara; no pudiéndose negar a sí propia, a las cosas divididas las une, y a las que están juntas dividirlas no sabe. 
De aquí es, como dejo dicho, que si la caridad hubiera quedado en ti, no callara, no se estuviera quieta, no disimulara; antes bien lanzando gemidos dentro de tu pecho piadoso te dijera murmurando: Quien es escandalizado, y yo no me abrazo y quemo? Porque la caridad es benigna, ama la paz y se alegra con la unión. Ella sola es la que la alegra con la unión. Ella sola es la que la unión engendra, la que junta, la consolida y conserva: y allí conocemos conservarle la unión, donde notamos ayer el vínculo de la paz. Enojada y airada contra nosotros está tan venerable Madre de la unión, y paz, de qué manera podéis presumir que cualquier sacrificio vuestro puede ser acepto a Dios; como sin ella, según el Apóstol, aún el martirio no le puede ser acepto? O con qué razón tenéis confianza de que no la tenéis contra vosotros airada, como ofendida, si obrando tan inhumanamente no habéis perdonado ni perdonáis las prendas tan inestimables de la caridad, contando la visión y rompiendo la paz.
 Mira y atiende, como de toda la hermandad la unión herida ya con el cuchillo de vuestra partida, de vosotros se queja y cómo llorando miserablemente dice: los hijos de mi madre pelearon contra mi. Y con mucha razón. Porque quien no está con la caridad, contra ella hace de oposición. Piensas que sin gemidos podrá oír la caridad, madre piadosa, el justo llanto de su hija. Por esto juntando ella sus lágrimas a las nuestras, dice de vosotros: a los hijos crié y los puse en alto, y ellos me trataron con desprecio. el mismo Dios es caridad; y la paz nuestro Cristo, es que de dos pueblos hizo uno, es a saber del pueblo gentilicio y judaico. De la Trinidad se alaba grandemente la unión. Si contra alguno, pues, la caridad, la paz y unión se reconocen aireadas, este tal que puede tener en el Reino de Cristo y de Dios. Pero por ventura dirás: nuestro Abad nos llevó consigo y para que fuéramos con él intervino su  mandato; pues acaso no debimos obedecerle pronto? Bien sabes tu, si no es que por ventura te hayas olvidado, lo que cierto día habiéndome comunicado la connjuración, y el escándalo, y tomado mi consejo, quedó entre los dos convencido, que con toda diligencia se sacudiera de los hombros la contribución y carga. En lo cual si hubieras permanecido sin razón de ti hubiera dicho: bienaventurado el hombre que en el consejo de los malos no consiente. Pero vemos se estuviera obligado a ofrecer al padre el hijo, y el Maestro el discípulo; y que le felicitó el Abad llevar a sus monges donde fuera su gusto y enseñarlos según su voluntad y arbitrio pero esto se entiende mientras vivió el padre y el Maestro. 
 Ahora, pues, que ya el tal es muerto, a quien estáis obligados a oír como a Doctor, o de seguir como a Capitán,para que flojos, y perezosos, os tardéis en cortar y deshacer tan grande escándalo? Quien ya puede prohibir, no digo que a mi, sino que al mismo Dios, habiéndoos vuelto a vuestra Casa con su benignidad, le oígamos por la boca de su profeta decir: por ventura el que cayó, no se levantará? O el que una vez se fue no volverá? Por ventura él mismo muriendo nos dejó puesto entredicho, para que el que una vez ha caído, después no le procuréis levantado? Y el que una vez se haya ido, rehusas el hablar de que ha vuelto? Desta manera también vosotros necesariamente habéis de obedecer al difunde; y obedecer contra la Caridad, obedecer es con el peligro de vuestra salud.
4. Pero pienso que dirás, que de ninguna manera es más firme ni puede tener más fuerza el vínculo unión de los Abades para con los súbditos, que la que tienen entre sí los casados a los cuales los juntó Dios y no hombre alguno, ligándolo con inviolable Sacramento y atendiendo a nuestro salvador, que nos está diciendo: A lo que Dios juntó, el hombre no lo aparte. 

jueves, 2 de enero de 2014

CARTA SEXTA DE SAN BERNARDO

A Bruno, varón ilustre de la Ciudad de Colonia y muy querido del Santo.

Desde que nos vimos pocos días iba en Rems, y en recíproca congratulacióna dimos ambos señales de nuestra amistad, no juzgo que os habréis olvidado de mi pequeñez. Y por esto no te miro como si fueras extraño, sino muy confiado como si conmovido, familiar y amigo nuestro, os escribo todo aquello de que necesito. Os hago saber que Arnoldo de Morimundo, no sin grave perjuicio de toda nuestra Orden, y estando harto, inconsideradamente desamparó y dejó su Monasterio. Porque en hecho tan espantoso, no sólo no esperó de sus Abades el consejo, sino que del Abad del Císter, a quien debía la sujeción como súbdito suyo, aún no esperó su licencia o consentimiento. Pero como se vio hombre y debajo de la potestad ajena.
 Y que él asimismo tenía debajo de la suya soldados, impaciente de la potestad superior, de la propia cerviz arrojó el yugo ajeno y más soberbio a los sujetos, para sí los retuvo debajo del suyo. Y siendo cierto que juntó multitud grande de monjes, así de aquellos que rodea el mar, como de aquellos que habitan la tierra adentro: todo su intento fue vano, pues no los juntó para Cristo, sino para sí propio y ahora lo que ha hecho es dejarle en Morimundo desamparando los remisos y flacos, y llevarse consigo por compañeros a los mejores y más perfectos. Entre los cuales nos ha turbado grandemente el que nos haya quitado tres sujetos y atrevido a engañarlos y llevárselos consigo. 
 Es a  saber, a Evrardo, hermano nuestro y a Adán de quien tenéis muy buen conocimiento y también al noble mancebo Conrado, a quien días ha que sacó de Colonia, y no sin mucho escándalo.
 A los cuales, si nos dais vuestra ayuda, confiamos el que puedan ser revocados con la industria vuestra. Porque de la revolución del mismo Arnoldo, ya en muchas cosas tenemos conocido de su ánimo la inflexibilidad y experiencia, tenemos de su obstinación; y así con este sujeto no queremos el que trabajéis en vano. Hemos oído que Adán y Evarardo y algunos otros monges de su compañía moran y habitan el presente en vuestras tierras. Y si esto es verdad conviene si vos os dignais de hacerlos parecer y ablandarlos con ruegos, con razones convencerlos y a la simplicidad suya de palomas, intruyalos de serpiente la prudencia; y inobediente tiene contra sí la censura, ni tampoco les es lícito seguir a quien ilícitamente camina extraviado, para que no se dejen engañar, dejando el Orden que que profesado, por seguir a un hombre sin orden ni concierto. Y si otra cosa les tiene evangelizado, de aquello que el mismo Ángel del Cielo nos tiene dicho, no conviene dudar de que por autoridad apostólica está descomulgado y serán requeridos y enseñados con la doctrina del mismo Apóstol, que afirma que le deben apartar de todo hermano, ni le reconocen andar inquieto. Él mismo os enseñe a vos el no saber con soberbia ni esperar de las riquezas humanas y mundanas que son inciertas, hasta que habiéndo renunciado a todo, y estando ya probando como a discípulo suyo os defienda Cristo. 

jueves, 26 de diciembre de 2013

CARTA QUINTA DE SAN BERNARDO

A Adan monge, el cual al dicho Abad de Morimundo se había juntado y le disuade el Santo para que no camine con él.

 El tener tan conocida tu humildad y la necesidad del peligro que insta, todo anima mi confianza, para que te hable con más acrimonia y para con más libertad te arguya. O insensato. Quien fascinó el entendimiento para que tan presto te apartases de aquel tan saludable consejo, en que ahora poco ha conviniste conmigo, siendo Dios el testigo solo? Atiende necio, a tus pasos y dirige tus pies por los caminos del Señor. No te acuerdas que primeramente en el Monasterio Mayor dedicaste los primeros indicios de convertido; y que habiéndote encomendado a mi providencia (sea ella cual fuese) pasaste lo segundo a vivir en en el Convento de Fusniaco: lo tercero tu estabilidad firmaste en el de Morimundo, lo cuarto conmigo habiendo tomado mi consejo; y habiéndote cambiado el Abad Arnoldo a que te fueses con él a peregrinar o a vagar por mejor decir tu ingenuamente le despediste, juzgando que si a él no le era lícito el hacer ausencia, también a ti te sería ilícito el ir en su compañía? Qué más? Por ventura tendrás por lícito el que otro retroceda y se aparte a su cargo cometidos, llorando su lamentable escándalo y sin haber guardado la licencia del Comisario?
Pero qué fin tienes en querer retractar lo que antes tenías determinado? Por lo cual te arguiré de inconstante y de ligero y de que tu no estás en ti, te probaré con evidencia: y de la misma manera en fin conociendo tu error, y avergonzado, aprenderás del Apóstol que nos dice: que no a todo espíritu se debe dar crédito. Aprende también de Salomón, que nos enseña: que los amigos han de ser muchos, pero que de  mil ha de ser uno el consejero. Toma ejemplo asimismo del Precursor de Cristo, que no solo con ropas delicadas de precio no andaba vestido, sino que ni tampoco era cual caña débil del viento agitada porque no se moía a todo espíritu y doctrina. Aprende del Evangelio a edificar tu casa sobre tierra firme, y con los discípulos aprende no a olvidar de la serpiente la prudencia, con la simplicidad de la paloma; y así de  estos, como de otros muchos testimonios de la Escritura, harás una suma y reconocerás con envidia que con mil modos y formas el engañador te procura dejar burlado; y ya que no pudo impedir tus buenos principios, de la perseverencia intenta estorbar los progresos. Esto juzga ciertamente que puede bastar a su malicia el quitar de ti la perseverenacia por ser esta de las virtudes de la corona. Ruégote por las entrañas de la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, que de ningún modo te vayas o por lo menos que no sea antes que en lugar oportuno vengas a hablar conmigo, veremos si por ventura hallamos remedio para tantos males como vuestra partida sentimos haber venido o que vendrán tenemos. Vale. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

CARTA CUARTA. A ARNOLDO, ABAD DE MORIMUNDO


CARTA CUARTA DE SAN BERNARDO. A ARNOLDO, ABAD DE MORIMUNDO


1.Primero quiero saber de ti, si el señor abad había vuelto de Flandes, donde había ido cuando su mensajero llegó a nosotros y pasado poco antes por el convento y por esta causa no he recibido las letras que tu le mandaste presentar. Dichoso al que le sea lícito ignorar por algún tiempo rumores tan tristes y melancólicos. Si supiera de cierto donde te encuentras, antes me fuera yo a tu presencia que no enviarte esta mi carta. Confías en que ninguna fuerza ni argumento pueda doblar tu confianza en ti mismo. Sin embargo, todas las cosas son posibles y todo lo puedo en aquel que me conforta. Aunque no ignore la fuerza de tu corazón de piedra, me gustaría estar a tu lado. 
2. Cuantas cosas que contra ti me mueven (o fueren de provecho o sin fruto no lo sé) te echara en la cara, dándote en el rostro con ellas no sólo con los ojos sino con las acciones y palabras. Demás de esto, siguiendo tus pasos, asido de tus pies y abrazado de tus rodillas, y todo pendiente de tu cuello, besara aquella dulcísima cabeza que conmigo, con un mismo propósito y debajo del suave yugo de Cristo, muchos años ha trillado. Llorara también cuanto pudiera y conjurara por Nuestro Señor Jesús y primeramente por su cruz, con la cual ciertamente redimió a los que tu matas en cuanto es de tu parte y a los que él juntó tu los divides. Divides así a los que llevas en tu compañía como a aquellos que dejas; también perdonarás a nosotros tus amigos, a los cuales aunque sin mérito otra cosa que llanto y lágrimas nos has dejado. Si me fuera lícito te blandeara por ventura y te atravesara con la voluntad, ya que no puedo con la razón. El pecho de hierro que no cede al temor de Cristo, pudiera ser que la piedad fraternal dejara blando. 
3. O columna grande de nuestra Orden, Oye, te ruego con paciencia al amigo, que impaciente del todo tu apartamiento de tu trabajo, y peligro queda en lo íntimo compadecido. O grande, vuelvo a decir, columna grande de nuestra Orden. No temes que tu  caído y postrado ha de ser inevitable la ruína de todo el edificio? Pero dirás, que tu no caes y que buena conciencia tienes. Bien. Damoste crédito porque de ti nada dudamos. Pero qué diremos de nosotros, ya que con tu partida gimiendo sentimos los escándalos y grandes esperamos los peligros?Tu también por ventura esto no lo ignoras, pero lo disimulas. Con qué razón tuno te presumes caído, si haces que otros muchos queden por ti arruinados, estando tu en ocupación, y presto en que te debes reconocer obligado a solicitar no tanto para ti como lo que es a otros útil y provechoso; no lo que cede en tu conciencia sino en el decoro y servicio de Jesucristo? De qué manera, digo, te puedes ir seguro, cuando el rebaño a ti sometido sin seguridad lo dejas y en un riesgo continuo? Quién ocurrirá a los lobos en sus acometimientos? Y quien a los Monjes atribulados ministrará el consuelo? Quien para las tentaciones dará providencia? Quien, finalmente, al león que ruge bufando a quién tragar le podrá resistir? Estarán patentes y descubiertas a las mordeduras de los malignos y a los que como si fueran bocados de pan, dejarán hechos pedazos el pueblo de Jesucristo. Ay de mi. Qué harán aquellas plantas nuevas de Cristo que por tus manos fueron ingeridas en sitios diversos y en lugares de incierta soledad y borrosos? Quién las cabará alrededor? Quien con la doctrina y ejemplo las hará crecer? Quién rondará la cerca? Quien cuidará de cortar las espigas que crecen mucho? O por ventura al correr el viento de las tentaciones, será fácil que las plantas muy tiernas echen raíces? O si con estas plantas nacen a un tiempo con ellas las malas yerbas, si no hay quien aparte éstas y deje aquellas en limpio, no será fuerza que agotadas no lleven fruto? Todo esto como sea cierto, ahora cúal es el bien tuyo y cómo podrá ser bien lo que es ocasión de tanto mal. De cualquier manera que tu estés confiado de que has de hacer frutos dignos de penitencia, acaso no quedan de este modo sofocadas con las espinas. Si bien ofreces y bien no divides, por ventura no pecas?
4.

lunes, 4 de noviembre de 2013

CARTA TERCERA DE SAN BERNARDO


                         A UNOS CANÓNIGOS REGULARES

En esta carta agradece S. Bernardo las alabanzas recibidas hacia su Orden y que varios novicios ingresen allí durante un año. Afirma que si su estancia no cumple las espectativas pueden retornar a sus puntos de origen con entera libertad. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

SEGUNDA CARTA DE SAN BERNARDO


A Fulcon, mancebo, después arcediano de la catedral de Langres en Francia

Se trata de una carta extremadamente agria a Fulcon, por obtentar un cargo que era excesivo para él, pues había, según San Bernardo personas con más méritos. Critica a su tío por haberlo apartado de la Milicia de Cristo (templarios) y dedicado a acumular cargos y bienes materiales. Finalmente pide misericordia por el mismo. 

El término Arcediano puede hacer referencia a: Arcediano, nombre bajo el que se denominaba al diácono principal de una catedral.

domingo, 27 de octubre de 2013

CARTA PRIMERA DE SAN BERNARDO

Carta Primera que escribió San Bernardo a Roberto, pariente suyo, que dejando la Orden Cisterciense llamada en los Reinos de España de San Bernardo, se había mudado a la Congregación y Gran Monasterio de Cluni, Orden del Gran Patriarca y Padre San Benito.



Bastantemetnte, y más que bastantemente, hijo Roberto muy amado, he sufrido si por ventura la piedad y misericordia de Dios, se dignaba visitar tu alma como la mía, dándote a ti el dolor de compungido y a mi el dolor de tu salud, dejándote alegre y contentopero veo aquí frustrada mi esperanza y ya no puedo cubrir mi dolor y congoja ni reprimir y disimular puedo mi tristeza. De aquí viene el ve y revocar el orden que tiene establecido el derecho pues siendo yo el herido, al que me dió la herida ando buscando. Y siendo yo el despreciado, el que ha padecido la injuria, deseo satisfacer al autor de la ofensa y en fin el rogar me es preciso a quien tenía yo por rogado. No está para deliberar quien padece un grande y excesivo dolor, ni entra en consideración la razón quien el daño y menoscabo no siente de su dignidad. No obedece a la ley ni se sujeta a la razón el que ignora el orden y modo, revolviendo solo en su ánimo, que como podrá conocer del dolor quien del dolor la causa la busca y desea retener. Y si esto es imposible, este argumento te hago con corazón amante.  
 Dite tu a ti mismo, y aún en lo público harás tu sentir notorio, que tu a nadie has herido, ni despreciado, sino que antes tu has padecido el desprecio, y muchas veces has sido tu el agraviado, has escogido por medio conveniente la fuga por cuidar de tu malhechor la molestia. Yo (dirás) a quién agravié si ante los agravios he venido a huir. No es mejor ceder al que persigue, que procurar irritarle? Huir no es mejor al que hiere, que no con la defensa responder con otra herida. Si eso dices, dices bien y tienes razón, y yo vengo en eso, porque no  he tomado la pluma parar formar disputa, sino para calmar toda contienda. Huir, pues, de la persecución, no es culpa del que huye, sino del que persigue. No me opongo del todo a lo que haya hecho, ni quiero averiguar el porqué, ni el modo con que lo hizo: no examino culpas, como no hago memoria de injurias, siendo ellas las que fueren, pretendo mitigar las discordias y así os digo lo más entrañable de mi corazón.
 Ay de mi miserable, porque de ti carezco, y siendo yo el que no te veo, venga a ser yo el que sin ti vino. El morir por ti, viene a ser el vivir yo: y el vivir sin ti ofrece a ser para mi muerte cruel. No sufro porque te hayas ido sino porque no hayas vuelto. No sufro tu retiro sino tu dilación en volver. Ven, te ruego, ven y contigo vendrá la paz. Vuelve, y con tu vuelta la satisfacción se verá cumplida. Vuelve, repito otra vez, y yo empezaré a cantar. El que fuera muerto, ya ha revivido; y del que fe había perdido, ya se celebra el hallazgos. Culpa mía habrá sido. Dudo, el que tu te hayas apartado, pues con un mancebo delicado, me mostré demasiadamente fiero; y traté inhumanamente duro, a quien por su edad debiera tratar con cariño. De esto es (según me acuerdo) lo que sobre mi solías murmurar. Y también (según tengo noticia) no cesas de murmurar en mi ausencia. No se te imputa a ti esto, pues de esto no te hago cargo. Por ventura pudiera esforzarme decir que los movimientos desordenados de la puericia, debían atajarse de esta manera y a los indiscretos años de la juventud suelen ser corregidos por la disciplina y rigor; y añadir el dicho del sabio: hiere a tu hijo con la vara del poder, y librarás su alma de perdición. En otra parte: a los que ama el Señor, corrige; Y a todo aquel que recibe por hijo, le deja a sí mismo castigado. Y en otro lugar está escrito: más provechosos son los azotes del amigo que los abrazos del enemigo.
 Y ya que fuese culpa mía el haberte apartado, no será bien que se dilate la enmienda, mientras que se dispara y controvierte la culpa; porque si no perdonas al que se muestra arrepentido, y al que confiesa su pecado, tuya será sin duda, y a ti se te imputará la culpa y el delito; porque yo bien pude ser para ti, tal vez, en algunas cosas indiferente, pero no enemigo ni malévolo. Y si este indiferencia mía la temes, en el futuro advierte como lo habrás conocido que yo ya no soy el que fui, porque no imagino que el que fuiste serás tu. Mudado hallarás para el mudado, y al que antes temías como Maestro, como compañero podrás abrazarle muy seguro y así o sea mia la culpa (como tu piensas y yo no contradigo) o sea tuya (como muchos piensas, aunque yo no te acuso de ella) o bien sea de ambos, tuya y mía (y esta consideración la tengo por más ajustada) si de aquí adelante tu no das la vuelta sólo tu harás inestable esa culpa. ¿Te imaginas libre de toda culpa? Pues vuélvete y si ser tuya la conoces arrepentido, yo por tuya la desconozco. Desconóceme, pues, tu a mi pues mi culpa la conozco yo. Porque de otra manera o tu para ti osas de indulgencia y misericordia pues conociendo tu culpa, la disimulas conmigo, muestras nimio rigor. Si la satisfacción que doy no la quieres conocer. 
 Con esto si rehueas el volver, habrás de buscar otra ocasión donde puedas engañosamente alegar tu conciencia, porque no habrá después otra en que debas temer mi rigor, y estrechura. Porque no se puede temer con razón, que yo me muestre con el que tenga presente rígido y áspero, si cuando ausenté postrado en el cuerpo, llamándole estoy con entrañable afecto. Mi humildad represento, prometo tener caridad y tu aún conservas temor. Llega, pues, seguro, donde te espera prevenido el obsequio. Huiste del cruel y riguroso, vuélvete ahora al paciente y manso. Donde la humildad te llama, bien puedes llegar intrépido: y donde la caridad de exhorte, osténtate animoso. Atraígate mi blandura, si mi severidad ocasiono tu ausencia. Deseo seas guiado, no de espíritu servil y del temor, sino del amor y adopción filial, para que te represente la causa de mi dolor y sean agentes míos para contigo, no los rigores y las amenazas, sino los alagos y las caricias. Oiré por ventura fuera que quisiera más infundirte miedo y temor y no te avisaré del voto, intimandote la pena y el juicio. No te afectará la iobediencia y se indignará con la apostasía. ¿No te acusará el haber pasado de los hábitos remendados, raídos y groseros, a los delgados y preciosos? ¿ De las hiervas a las comidas delicadas; y en fin de la pobreza y abstienencia, haber pasado al estado de la abundancia? Pero yo que conozco tu inclinación y ánimo, reconozco que más facilmente has de ser por amor llenado que no de la fuerza del temor compelido. Y finalmente ¿de qué sirve herir y punzar al que no recalcitra? Para qué puede ser necesario espantar más al que está muy tímido, si la misma verguenza le tiene confuso. Para qué la reprobación y para qué la doctrino de quien la misma razón es la nuestra, su propia conciencia, el azote y la vara y su natural verguenza es ley y disciplina. 
 Y si es admirable a alguno, que como un mancebo vegonzoso, simple y timirato, contra la voluntad de sus hermanos, sin la licencia de su Maestro, y sin la de su Superior el mandato, se atrevió a dejar el jugar, y atrás pasar el voto; quien de ello se admirase, admírese también de ue un David Santo se vió arrebatado, y cautivo, un Salomón con toda la sabiduría quedó iluso y desmembrado; y un Sansón él fuerte por antonomasia, quedó hahabilitado y sin fuerzas. Si nuestro primer Padre Adán a la fuerza de un engaño fue desterrado de aquella Patria, y ameno pensil, como puede causar admiración, de que un muchacho tierno fuese arrebatado de un lugar horroroso, y de una inculta soledad? Llegase a esto el que no nació su engaño de aquella especie que cegó a los viejos babilonios; no el amor del dinero, como a Giezi le arrebató codicioso; ni menos ambición de honra, y preeminencia, como arrebató a Juliano el Apóstata; no le engañó, pues, sino la santidad, engañole el pretexto de Religión, y de los ancianos la autoridad. Y si quieres saber cómo fue esto: primeramente fue enviado un Prior grande por el Príncipe de los Priores, en cuyo exterior vestido de la piel de un cordero manso, pero en lo interior, y en las entrañas era un lobo carcicero,; con que engañadas las guardas, y pastores (ay, ay!) entendiendo que era oveja, en compañía del lobo dejaron a la ovejuela sola. ¿Qué más? Atrajole, alagole y acariciole y hecho predicador de un nuevo Evangelio, combidándose con la bastura, le condenó la abstinencia, y a la pobreza voluntaria, le dijo ser una apretada miseria; y en fin a los ayunos, vigilias, silencio y labor de manos, los llamó ejercicios de insanos y locos.
 Por el contrario, a la contemplación llamó ociosidad: a la gula, locuacidad, curiosidad; y por último a toda intemperancia la dió nombre de discreción  buena economía. Cuanddo se deleita Dios en nuestros tormentos, donde la Escritura manda que los hombres se maten a sí mismos, qué religión es capaz de cabar la tierra, desmontar la selva y coger, y transportar las basuras? Por ventura no es sentencia verdadera la ue dice: no uiero el sacrificio, sino la misericordia? Y no dice en otro lugar: no quiero la muerte del pecador sino su vida y conversión quiero más? Y en fin, dejó dicho Cristo: que los misericordiosos son bienaventurados, porque la misericordia será para ellos mismos. Paa que, pues, crió Dios los manjares y alimentos, sino para ser gustados? Para qué, proseguía, concedió Dios a los hombres los cuerpos, si se les prohibe el sustentarlos? Quien, pues, enteramente sabio, tuvo a su carne propia aborrecimiento? Al fin con tales alegaciones y textos crédulos, quedó el miserable mancebo engañado, y siguió a su engañador en el camino.
 Llevole a Cluny, donde le rayeron, lavaron, y desnudaron de aquellos rústicos, groseros y despreciables vestidos vistiéndole otros más delgados y preciosos; y así fue recibido en el monasterio. ¿Pero con qué honra piensas? ¿Con qué triunfo? ¿Con cuánta reverencia? Pusiéronte en el grado y puesto superior a todos sus coetáneos: y como quien vuelve victorioso de una batalla, así el alma de aquel pobre mozo quedó gozoso con tal honra. Pusiéronle en alto y en grado no mediano colocado, quedó a muchos ancianos el mancebo preferido. Halagole y congratulose con él toda la fraternidad: todos se alegraron, asimismo los vencedores cogida la presa, dividen los despojos en la campaña. ¡O buen Jesús! ¡O cuantas cosas se vieron hechas, para la perdición de un alma!¿Qué pecho, aunque fuese fuerte y robusto, y como el bronce duro, con tales cosas y honras y fiestas no flaquearía blando?¿Qué interior en lo espiritual fortalecido no quedaría con tal novedad turbado? ¿A quién entre tales cosas les seria posible recurrir a la conciencia? ¿Quien, finalmente, en medio de tanta pompa y el aire de la vanidad que soplaría podía tener de la verdad conocimiento, ni dar podía de la humildad el menor indicio? Enviaron en el ínterin a Roma para impetrar la autoridad apostólica: y para que el papa no negara su consentemiento, le representaron el que el mancebo desde niño había sido ofrecido por sus padres al monasterio. No hubo quien resistiera, ni parte hubo que contradijese, ni citación hubo de partes que, en contrario, atestiguasen; con qué fin citación de partes, ni procuradores, fueron condenados los ausentes. Quedaron justificados los que el agravio habían cometido, y sin satisfacción quedó absuelto el reo. Quedó firmado con privilegio cruel, por ser nimiamente piadosa la sentencia de la absosución. Este fue el temor de las letras, el juicio este fue en suma y la definición de toda la causa funesta: para que que le tengan los que le llevaron y callen los que le perdieron. Entre estas cosas perezca el alma, por la cual fue Cristo muerto, y esto porque los cluniacenses lo han querido. Hízose profesión nueva sobre la ya hecha; prometiose lo que no se había de ver cumplido y quedó por él propuesto a lo que no estaba obligado. Y si por la segunda profesión el primer pacto quedó deshecho, la nulidad es doblada en el segundo; con que sobremanera el pecador aumentará el delito. Vendrá y vendrá el que a lo mal juzgado lo hará otra vez parecer un juicio, destruir lo ilícitamente jurado; y haciendo insidia de los que han padecido injuria, tomará de los ofensores venganza. Vendrá sin duda el que por su profeta nos tiene amenazado, diciendo: vendrá el tiempo que yo tengo dispuesto y con las mismas justicias entraré en juicio. ¿Qué hará pues, de los injustos juicios, si a las mis mas injusticias tomará residencia como juez supremo? Vendrá, digo, vendrá el día del juicio y entonces más valor tendrán los corazones puros, que no las palabras astutas y tratos engañosos; más valdrá una conciencia pura que no la bolsa de oro llena: cuando es cierto, que aquel juez ni puede ser engañado, ni con los dones puede ser de la justicia torcido.
 A ti mi buen Jesús, y a tu tribunal apelo, para tu juicio me guardo, y mi causa a ti te la concedo. Tu eres, Señor, Dios de Sabaoth, que juzgas instamente y sabes los pensamientos y corazones de los hombres; cuyos ojos así como no pueden engañar tampoco pueden ser engañados al poder: tu ves lo que es tuyo y ves también a los que no buscan lo que es tuyo, sino lo que suyo es con anhelo. Bien sabes tu Señor, con qué entrañas le asistías en todas sus tentaciones y con cuántos gemidos llamé a los oídos de tu piedad; y de qué manera era yo afligido y atormentado a cualquier perturbación, molestia y escándalo suyo; y ahora temo no haya sido en vano. Pienso, según tengo experimentado y visto del mancebo, que como ardiente, y vivo, y de sí altivo, y vano, ni las delicias ni los fomentos pueden dejar de ser dañosos al cuerpo, como ni las tentaciones de vanagloria pueden dejar de causar al alma detrimento mucho. De suerte, mi buen Jesús, que vos sois el árbitro mío, de vuestro rostro ha de ser el juicio, para que la equidad e injusticia la vean vuestros ojos.
 Vean, pues, y juzguen, cual debe tener más fuerza, y cual debía ser más estable en la perseverenacia; o el voto que hizo el padre al ofrecer al hijo o el voto que hizo a Dios al ofrecerse a sí mísmo: y mas cuando la ofrenda, y promesa que hizo el hijo, fue mucho mayor. Vea, Señor, vuesro Siervo, y Legislador nuestro Benito, cual fue acto más regular, y que para su cumplimiento refunda más obligación: o lo que le hizo del niño, no sabiendo él nada; ó lo que él hizo después, habiendo lleado a edad cumplida la discreción, sbiendo él lo que hacía, y diciendo él mismo en voz alta la promesa. No se duda de que el niño fuese prometido pero tampoco hay duda de que el niño no fue dado ni de la donación hay instrumento. Ni sus padres hicieron por él la petición que manda la Regla, ni la mano de él con la petición fue envuelta entre el palio del altar, para que delante de testigos se hiciese la ofrenda y tuviese la solemnidad que ordena la Regla Santa. Demás que las tierras y posesiones que con él recibieron están patentes y manifiestas: y como han retenido las tierras y heredades por él poseidas, como no retuvieron al sujeto por quien fueron heredadas? Por ventura desean más el fruto que el sujeto y aprecian más un poco de tierra que un alma con la Sangre de Cristo redimida? Porque de otra manera se hubiera ofrecido al Monasterio, qué era lo que buscaba en el siglo? El que ha sido para Dios criado, por qué se tenía que exponer a que actuase en él el demonio? Una oveja ha de quedar expuesta a ser modrdida del lobo? Roberto, tu mismo al Císter no viniste de Clunicaco sino que inmediatamente viniste del siglo. Tu llegaste al Císter, tu pediste, tu llamaste, y aunque se dilató por tu tierna edad dos años el darte el hábito, tu ansia y deseo de tenerle te manifestó violento todo aquel tiempo.
Este tiempo  cumplido, vistos tus ruegos, y vistas las muchas (si te acuerdas) que derramaste lágrimas; ya en fin alcanzaste tu deseada misericordia, y la entrada alcanzaste que tanto habías pretendido con eficacia tanta. Después de esto, según la Regla, ansiando sido probado por espacio de un año en toda paciencia y vista tu conversacion, y perseverancia, al año cumplido hiciste libre, y voluntariamente, profesión: y entonces renunciando del todo al vestido secular que habías traído, el de la religión vestiste ya como profeso. O mancebo incensato, quien te fascinó los ojos, y cegó tu entendimiento, para no cumplir los votos que tan clara y distintamente pronunciaron tus labios? Por ventura tu con tu boca te justificas, o tu con tu boca misma no te condenas? Para qué el estar tu del voto de tu padre solícito, si te miras tras el cuidado de tu propio voto? Has de ser acaso tu por lo que salió de la boca de tu padre, y no de la tuya juzgado? Pues en verdad que no has de se requerido con los votos que hizo tu padre sino con los votos que tu mismo hiciste. Quien te lisonjea en vano con la absolución apostólica, si tu conciencia la tiene ligada la sentencia divina. Nadie (dice Cristo) entrando la mano en el arado, y mirando atrás, es digno del Reino de Dios. Por ventura podrán persuadir de que no es volver atrás, los que trataban de que has hecho bien? Hijuelo, si te adularen los pecadores, no asientas a lo que te dijeren. Y por San Juan nos dice Dios: que a todo espíritu no se debe creer. Y  en otro lugar: sean para ti muchos los necesarios, pero uno sea entre mil para ti el consejero. Quita las ocasiones, rechaza las lisonjas, a las adulaciones cierra los oídos; pregúntate tu mismo a ti, por que a ti nadie te conoce mejor que tu. Atiende a tu corazón, consulta la verdad; respóndele a tu conciencia a la pregunta de por qué te has ido? Por qué tu Orden has dejado? Por qué a tus hermanos? Por qué a tu Convento? y por qué me has dejado a mi, que según la carne soy tu deudo cercano, y seg´n el espíriu aún estoy de ti más próximo? Si lo hiciste por vivir con más estrechez, con más rectitud y perfección, está seguro que no volviste los ojos a lo pasado; antes te puedes gloriar en el Apóstol, diciendo: de lo que dejo atrás me olvido, y sólo a lo que tengo delante de mi, ateno a la palma de la gloria, procuro ir caminando. Y si es otro el fin tuyo, no quieras saber, ni subier a lo alto, antes bien teme caer a lo profundo; porque, con venia tuya, digo lo siguiente: todo lo que añadieres más de regalo tuyo, así en la comida como en el vestido superfluo, en las palabras ociosas, en lo licencioso, fuera de aquello que prometiste, y lo que mientras estuviste con nosotros observabas: esto sin duda es volver atrás, es prevaricación y es apostatar.
 Estas cosas (hijo mío) que te digo, no es para confundirte, sino como amigo muy querido, amonestarte; porque aunque tengas en Cristo muchos maestros, es cierto que padres no tienes muchos. Porque si te dignas, con la palaba, y mi ejemplo, en la religión, yo te he engendrado. Más a más, te crié con la leche que podía alimentarte, cuando pequeñuelo y te daría el pan cuando fueras grando si me hubieras aguardado. Peo ay¡ Qué pronto e intempestivamente te destetaste. Te trato con recelo y con mucho temor que habiéndote halagos abrigado, con exhortaciones fortalecido y con oraciones hecho fuerte, y robusto, el que todo se desvanezca, el que todo falte y el que perezca todo: y no vendré a sentir tanto al ver mi trabajo perdido como considerar del hijo de mi crianza su ruina y fracaso. Gustas de verdad el que otro se glorie de ti, el cual contigo ninguna cosa trabajó. Lo mismo me está sucediendo a mi que a aquella meretriz que apareció ante Salomón, a quien otra mujer le burló un hijo suyo vivo, dejándole en su lugar, y en el propio lecho otro hijo que a ella se la había muerto. Tu también de mi seno y pecho has sido arrancado; la violencia gimo y con dolor mío repito el hurto. No puedo olvidar mis entrañas y habiéndome quitado una parte, y no pequeña, preciso es que la obra quede muy atormentada. 
Primero me dirás, por cual conveniencia tuya, o por qué necesidad o por qué remedio tuyo, han hecho eso nuestos amigos? Estos son los que tienen de sangre llenas las manos y esos los que tienen mi alma atravesada con cuchillos y cuyos dientes, saetas y lenguas son cuchillo penetrante y agudo. Porque de verdad, si yo en algo te hubiera ofendido (lo cual es cierto que lo ignoro) de mi cumplidamente se han vengado. Pero debe admirarse el que sea más mi castigo que la pena del ´Talión tiene firmado: pues no puedo yo haberlos ofendido tanto, como por ellos estoy padeciendo. Yo confieso que no me han quitado hueso de mis huesos, ni carne de me carne; pero me han quitado el gozo de mi corazón, el fruto de mi espíritu, de mi esperanza la corona; y en fin, me han quitado la mitad de mi alma. Y por que es todo esto? Por venura se han compadecido de ti, indignados de que un cieo guíe a otro ciego, y porque tu no te perdiste escuchándome a mi, ni tampoco te han tomado como guía. Tanto amaron tu salud que se armaron contra mi; No podìas salvarte tu sino pereciendo yo? Ojalá que a ti te salven, que yo muera y que tu vivas. Pero para qué? Consiste acaso la salud en el adorno de los vestidos, y en que sean más los manjares y alimentos? La salud no se conserva mejor con la templanza en el mantenimiento y con la moderación en el vestido? Si las pieles blandas y calientes, si las mangas largas y anchas las cogullas, si la cama de campo colgada, si los c olchones de lana que no es dura, si esto pues hace a los hombres santos, en qué me detengo yo que no te sigo? Pero todos estos son tormentos y no armas para los soldados. Dicho nos tiene: que los que se adornan con vestidos blandos y preciosos, que moran en las casas de los reyes y sus palacios, el vino generoso y el pan buenos pueden ser para el cuerpo pero para el espíritu no lo son de ningún modo. Con las comidas fritas y salsas no se lo come el alma, el cuerpo es el que engorda. 
 Muchos Padres en Egipto sin goces sirvieron a Dios mucho tiempo. La pimienta, el gengibre, el comino y mil géneros de especias a este modo, es cierto que deleitaban al paladar y al gusto; pero no será menos cierto, que sean de incentivo lujurioso. Y tu me pones en esas cosas la seguridad? Tu con ellas tendrás defensa en la juventud? Para el prudente, y templado, la sal con hambre es el mejor condimento. El que no aguarda, pues, a tener hambre, todo es desear bebidas extrañas y guisados exquisitos, que reparen el paladar y el gusto, que a la gula provoquen el apetito exciten. Pero dirás qué hará el que otra cosa no puede hacer? Yo bien sé que eres delicado y acostumbrado a este género de alimentos, no podrá abrazar tu estómago otros groseros y desabridos. Pero qué será si tu sólo puedes hacer el que se venza esta dificultad? Me preguntas el modo. Pues atiéndeme. Levántate, cíñete, sacude de ti el ocio, saca fuera las fuerzas, mueve los brazos, abre las manos y ejercítate en algo y verás cómo al instante sólo apetece aquello con que la hambre se quite, y no aquello con que el paladar se deleite. Da sabor a las cosas el ejercicio, a las cuales se le había quitado el ocio. Muchas cosas que rehusas cuando ocioso, después del trabajo las tomarás con deseo. Engéndrase el fastidio con el ocio y la hambre se cansa con el ejercicio. Es la hambre la que vuelve dulce y sabroso lo que antes el hastío desechaba por desabrido. Ya las hierbas, ya las habas, las puchas o poleadas, y el pan blanco con agua, fastidio causan al que está ocioso y quieto; pero regalo grande parece al que está trabajando con el ejercicio.
 Ya por ventura como no ejercitado a las túnicas de paño o estameña, las aborrecerás por no ser a propósito, tanto para el frío del invierno, como para el ardor del estío. Pero no has leído: que quien teme el hielo, a la nieve, tendrá sobre sí mismo? Temes las vigilias y los ayunos; y también temerás la labor de manos? Pues todo este le parece nada al que las llamas eternas considera. La memoria asimismo de las tinieblas exteriores, hace la soledad y desierto menos horribles. Si piensas que de las palabras ociosas has de estar afligido en lo ruturo, no te desagradará mucho el silencio. Aquel llanto eterno y temblor de dientes presente en los ojos de tu corazón, tan igualmente blanda te hará una estera por cama, como si colchones de lana tuviera. Finalmnte, si vigilaste y cuidadoso te levantares de noche a los maitines como lo mana la Regla, excesivamente dura será la cama enque tu muy quietamente no duermas. Y si tanto trabajares de día con las manos cuanto has profesado 
no habrá comida dura ni desabrida que tu no comas de buena gana. 
 Levántate, pues, Soldado de Cristo, levántate, sacude el polvo, y vuelve a la guerra, de donde hiciste la fuga: y después de la fuga has de guerrear más fuerte, y alentado, para que hagas el triunfo más glorioso. Muchos soldados tiene Cristo que fortísimamente comenzaron pero siguieron y vencieron; pero poco que de la fuga vuelvan otra vez al peligro, se entraron de donde habían huído: pero como todo lo raro es precioso, alegrome con la esperanza de que tu puedas ser uno de aquellos, que cuanto más singulares, tanto de gloria serán más merecedores. Y si acaso estás muy tímido, de que temes donde no hay causa para temer. Y por qué no temes donde es inevitable el dolor? Por ventura, porque fuiste del ejército, piensas que te escapaste del enemigo. Pues adviértote, que de mejor gana te seguirá el contrario cuando huído, que cuando valiente le esperas en el campo; pues es más atrevido que cuando le vuelven las espaldas, que cuando cara a cara le acometen con valentía. 
 Ahora que hs arrojado las armas, al tiempo de los maitines te entegas seguro al funesto, siendo ella la hora en que Cristo resucitó triunfante y glorioso; y estás persuadido, que cuando estás desarmado y temeroso te hace no estar para los enemigos menos tímido. Multitud de hombres armados han sitiado el conventro; y tu duermes descuidado? Mira que empiezan a batir la casa, qu derriban la muralla, y que ya entran por la brecha abierta. Y te parece que estarás más seguro y te hallan solo, que no de otros acompañado? Será mejor que te hallen desnudo en el lecho, que armado en el campo? Despierta, pues, y vuélvete para tus soldados compañeros, a los cuales habías dejado; para que el mismo temor que te junte de nuevo. Para qué rebajas el peso de las armas, soldado bisoño y delicado? El enemigo que te acomete y las lanzas que te rodean, harán que el escudo no sea pesado; y que la cota y malla todo se te haga ligero. Y es cierto que pasar de repente de la sombra al sol claro, del ocio al trabajo, que se mira como grave y pesado al principio; pero la costumbre hace fácil lo difícultoso y muy ligero lo que se tenía por muy pesado. Suelen también los soldados muy fuertes, al oír la trompeta temer antes de entrar en batalla, pero trabada la escaramuza, a los tímidos hace intrépidos la esperanza de la victoria. Qué es pues lo que tu puedes temer? Una concordia uniforme de hermanos armados te defiende, los Ángeles te asisten y lo que mas es, el Capitán de la gerra Cristo va delante: y animando a los suyos a la victoria, juntamente les dice que tengan confianza, pues él, siendo cordero manso deja como le ha vencido el mundo. Si Cristo está por nosotros, quién contra nosotros puede venir? Seguro puedes pelear donde es seguro el vencer. O verdaderamente segura por Cristo, y con Cristo la batalla. En la cual ni al herido, ni al postrado, ni al soldado (si es posible que lo sea) muerto, no le pueden faltar el triunfo: con que todo con que de tu parte no huyas, contarás el triunfo de la victoria; porque huyendo puedes perderla, y muriendo no podrás dejar de gozarla; y bienaventurado tu si murieses peleando, pues como vencedor serás coronado después de muerto. Pero ay! Si huyendo la batalla pierdes la victoria y la corona también pierdes. Aparte de ti (hijo muy amado) todo temor vano el mismo Cristo, el cual en el juicio de estas mis letras, mayor te atribuirá la culpa, si ellas recibidas no te halla en ti ninguna enmienda.